¿Por qué Belle and Sebastian habla tanto de las bifurcaciones en un mismo disco? En Wrapped up in books dicen: ojalá tuviera dos caminos para seguir. Y después, en Stay loose, la última del disco: voy a necesitar dos vidas para seguir los rumbos que vengo tomando. Hace unos días me sentía un poco así, con ganas de terminar de partirme. Quería quedarme en la cama, bajando con el dedo hasta que mis neurotransmisores se adormecieran en un horizonte de sucesos irrelevantes. Pensar que en otros horizontes se pueden ver puestas de sol. Ahora tengo la sensación de que no hay para elegir. Un poco más de somnolencia antes de levantarme. Se deja caer el cuerpo sobre las sábanas y la mente vuelve a los nudos de la conversación, así como un poco antes buscó ágiles los ángulos amables para una mirada que no entornaba hace tiempo. No, claro, si esos siempre hablan por la espalda, siempre hacen silencio cuando entrás. La realidad se me presenta como una sola, y los rangos de acción posibles se ven chatos como un papel. No hay espacio para otros sentimientos otra vez. Es la idea de la muerte que vuelve para poner orden. Por favor, no sé qué pedir pero necesito quizás mañana verla venir y que su semblante tenga el color de la arena cuando se encuentra con el río, que no sirve el desde cuándo o el por qué de todo lo que no fue hecho, sino la palabra que nombra con aroma a nuevo lo que la trajo hasta acá, el ritmo que agarra el tiempo cuando lo pasamos juntas. Es la muerte como camino el que se despliega enfrente, y entonces el juego tendrá que ser ir a buscarla y tomarla de la mano para meternos por los senderos que llevan en círculos hasta el lugar donde la espesura del monte se abre a una pequeña cascada, y sus ojos distinguen el arcoiris pero no dónde empieza ni dónde termina cada color, y yo le digo que tenemos que ser así, como la luz que se rompe.
12 de mayo
En invierno de 2020, un amigo me mandó por correo un par de zapatillas. Me dijo que las había elegido porque los colores, negro y gris con detalles en naranja flúo, le hacían acordar a Akira. Recién operada por primera vez, encontré ocasión de usarlas para ir a un control. El médico me pidió que me acostara en la camilla para revisarme la panza y soltó un comentario al pasar. “Qué buenas zapas, ¿te vas de trekking?”. No me había dado cuenta de que la suela tenía forma dentada para permitir más agarre a las superficies. No sé qué le respondí.
***
El once de mayo de 2023 trabajé todo el día desde la casa de mi tía. A la siesta salimos a dar una vuelta por Campana. El sol no iba a durar mucho más. Bajamos del auto y caminamos un poco por la costanera, frente al río. Me dio calma pensar que estaba aguas abajo. En menos de un día todo iba a cambiar. No iba a pasear por ninguna costanera hasta quién sabe cuándo. Pasarían días hasta poder pararme y unas cuantas noches tratando de encontrar comodidad en una misma posición.
***
A veces me confunde la luz, cómo cae por el boulevard 12 de Octubre justo cuando está por empezar el invierno, la quietud de la ciudad en esos domingos de frío, y creo que sigo ahí. Hay una dimensión del tiempo que se trastoca cuando no podés hacer más que esperar. ¿Cómo hacen los que nunca salen? Algunos días creo que todavía estoy. Que algo salió mal y hay que arreglarlo, acostada en un colchón que dejó de ser cómodo, inmóvil porque lo de adentro se puede romper. No es solo la luz, es el silencio, la sensación. Lo primero es la angustia, que es una forma de llamar al espanto. Entonces me recorro el cuerpo con las manos y siento que todas las cicatrices están cerradas. Las cicatrices me ayudan a distinguir el pasado del futuro.
***
Una noche me desperté en la cama del hospital. No sabía dónde estaba ni qué había pasado, ni siquiera me acordaba de mí. Yo era una consciencia en blanco, como cuando los personajes de las películas se despiertan sin acordarse de nada. Es verdad, puede pasar, me pasó. Comprobé que me salían cables por todos lados: de un brazo, del otro, de la espalda, de entre las piernas, y aunque siguiera su recorrido con los dedos era imposible entender dónde empezaban y dónde terminaban. Me senté. Miré las sábanas blancas, la almohada hundida, el colchón levantado, los cables en tensión. Mi madre, que dormía en un catre junto a mi cama, se despertó. Me preguntó qué hacía. Le respondí que no cerraban las cuentas. “No me cierran las cuentas”, como si el horror pudiera resumirse en una ecuación. Ella se levantó del catre, me acostó otra vez en la cama, me tapó con la frazada y me dormí.
***
Tengo un cuerpo mutilado. Me faltan partes que no se ven y tengo marcas que no escondo. Tengo citas con grandes aparatos que lanzan ondas y partículas para ver si está todo bien o todo mal. Los tomógrafos no me molestan, son como un aro del que entro y salgo, pero los resonadores son un ataúd. Me ponen auriculares para aislar el sonido pero yo escucho igual y del sinsentido hago palabras. “Dale, dale, dale”, a veces escucho que dice el resonador. Otras veces me dice que no importa, porque nada va a hacer la diferencia, que preste atención a cómo las células de mi pelvis reaccionan al magnetismo y quieren salirse de la piel, y siento que desde muy adentro algo empuja esa especie de arnés y escudo que me ponen antes de meterme. No soy claustrofóbica, pero a veces me asusta lo que dice el resonador.
***
Es 2024. Estamos de viaje. Busco algo en una conversación de WhatsApp con mi amiga, no sé muy bien qué. Encuentro algo que no esperaba. Le digo que hace poco más de un año le contaba que me iban a tener que vaciar, que había pocas garantías y que el mejor escenario era vivir con dos bolsas saliéndome de la panza por el resto de mi vida. Entonces, a mí me sorprendía la entereza de su respuesta. Ahora, me sorprende la mía.
¿Cuánto es el resto de una vida así? No voy a ser catastrofista. Se puede hacer un cuerpo de cualquier cosa, incluso de aquel que los médicos insisten en llamar vacío. Partes que no están hechas para funcionar de cierta manera se pueden acostumbrar igual. El sentido se hace, como una artesanía. ¿Qué está hecho para qué en un cuerpo? Me causa gracia acordarme de Gould cuando dijo que las narices están hechas para ponerse los anteojos. Lo maleable es doloroso, pero es maleable. Se aprende a vivir con las mutilaciones más grotescas, se vive a pesar y gracias a ellas. Es lo que aprendí y lo que temo: que si sucede otra vez, si es irreversible, voy a aprender otra vez. Porque, aunque no quiera y no lo desee, ya sé que es posible.
***
Esto se podría terminar. Ese pensamiento me ordena. No es un pensamiento feliz. No es un pensamiento triste. Es una coordenada, sea que mire como pastan los caballos en un baldío o el mar entre los pies cuando retrocede y da vértigo. Esto se podría terminar, entonces no importa tanto que me echen del trabajo. Esto se podría terminar, entonces no importa tanto eso que me inquieta. Esto se podría terminar, entonces escribo cuadernos que nunca voy a transcribir y los guardo en cajas, para algún día. Esto se podría terminar, entonces voy al río y me acuesto en la arena, y meto los pies en el agua aunque sea mayo y me enfríe de más. Esto se podría terminar, entonces voy a dejar que el día se vaya sin pena ni gloria, porque cuando el tiempo pasa como si nada es porque lo tengo ganado o porque decido, por un rato, tenerlo y desperdiciarlo, no pensar tanto, hacer de cuenta que esto no se va a terminar.
***
Con mi amiga emprendemos un sendero. El cartel dice tres horas, lo acompaña un dibujito de pendiente empinada. Bordeamos las primeras playas hasta entrar de lleno a la mata y subir, rodeando los morros de roca metamórfica expuesta que las plantas hacen sustrato fértil para su descontrol. Las subidas me sacan el aire. Me concentro para hacer la misma fuerza con las dos piernas, impulso el movimiento con los brazos, tomo consciencia del equilibrio de mi cuerpo. Vuelvo a tomar aire, la cabeza se me llena de sangre y me mareo levemente. No me quedo quieta, el mareo se vuelve vigor, continuar es más fácil a pesar de las subidas, respiro. Me concentro para mantener el equilibrio y la fuerza. A mis pies, las zapatillas de Akira se afirman a las rocas y me mantienen segura. Pienso en el médico, en el cuerpo, en el futuro.
control
dónde amanece hoy tu imaginación?
las garzas que picotean la laguna
al costado de la ruta que corre
cielo plomizo filtro de luz que resplandece
de contraste el lomo tostado de las vacas
verde despierto de los espinillos
dónde amanece hoy tu imaginación?
en el fondo de la laguna duerme
el sedimento más suave y con la remoción
se agita y se aferra al pico de la garza
y cuando despliega sus alas para sobrevolar
la ruta que corre como un animal legendario
el suave sedimento conoce las alturas
dónde amanece hoy tu imaginación?
una presencia en el espacio
sensación de que el cuerpo reposa y es llevado
por un leve escalofrío como si tuvieras
la vista fija en mi nuca
pero no hay nada atrás del asiento de atrás
más que el lugar donde tu imaginación amanece
y la canción que suena en la única radio
que se escucha en kilómetros a la redonda
me hace pensar en algo tan nuevo como conocido
entonces voy a cantar tu nombre el resto del día
como un estribillo que dice parapapa
parapapa, ey
Mogura Taiji
anoche soñé que estaba en el centro de una ciudad antigua y cuando elevaba mis ojos al cielo podía ver el movimiento de las estrellas
suaves estelas plateadas brillando sin tocarse ni superponerse
alguien dijo: así se verían si no fueran fugaces
saqué mi teléfono para tomar una foto que salió bien
y cuando volví los ojos al cielo había aclarado y ya no había estrellas
y me acercaba a una cama a azotar una camiseta amarilla para que se despierte
(adentro de la camiseta amarilla debió haber estado mi cuerpo dormido)
cuando me desperté hice una purga del sueño y de ciertos rencores que cada tanto sacan la cabeza de su letargo y yo los golpeo como el juego
del martillo o la maza o el palo con el que le das a los topos que se asoman por agujeros sin patrón aparente cada vez más rápido
nunca pude sacar mucho en ese juego porque no tengo reflejos y el martillo la maza o el palo era blando, incapaz de dar golpes secos
el topo se asomaba por el agujero y yo me apuraba a bajar el martillo la maza o el palo con todas mis fuerzas
con una pequeña parte de mis fuerzas el topo se escondía y el martillo la maza o el palo blando, incapaz de dar golpes secos, me devolvía el impulso del azote
que me subía por el cuerpo como una descarga eléctrica y demoraba el próximo golpe, por eso nunca pude sacar mucho en ese juego
y porque no tenía plata para jugar y jugar hasta saber de memoria el patrón de movimiento de los topos que sin plata parecía no tener orden aparente
una purga es distinto a golpear topos con martillos o mazas o palos incapaces de un golpe seco y también es distinto a perdonar
alguien me habló de la tranquilidad y eso me cubrió la boca con un trapo embebido en cloroformo
desperté otra vez en la ruta, atardecía sobre la cola de un camión llena de calcomanías
jesús corona de espinas, velocidad máxima 110, y una advertencia que se lee demasiado tarde
mantenga distancia
g.o.a.t.
Tenías la voz quebrada ayer cuando llamaste y hablaste sin parar durante cuatro minutos, pienso si habrás llegado con tanto cansancio al final del día, si habrás llorado o estarás impostando porque hace meses que no nos vemos y bien sabés que cuando dejamos de vernos dejamos de creernos. Hoy quise saber cómo estaba tu voz y encontré en su lugar una última carta de amor que repite: no es culpa nuestra querernos tanto, repite: amar nunca será malo. Me conmovió como me conmueven las cosas tuyas que podrían ser tuyas para mí, y cuando al fin se oyó tu voz yo oí otra, y esa conmoción que en medio de lo roto de estos días por un instante nos había acercado un poco, a mí a vos, a tu voz quebrada, a creer que el gesto de una última carta de amor podría ser algo que compartir juntos, una macetita donde depositar los pensamientos amorosos de un mañana que nunca tuvimos, ese sentimiento se rompió en el instante en que vos hablaste y yo oí la voz de un mundo en que no hay lugar para mí, y ahora ya no sé si fuiste vos o la voz que eligió la carta, ¿para quién es una última carta de amor? No hay más que vos y la voz, y esta no es una carta, ni va a ser la última, no creo en estas palabras ni creo guardar ya un brote de un sentimiento para cuidarlo con la tonta ilusión de que un día seré compasiva y seré amorosa y sabré perdonar lo que sigue doliendo.
asukita
en nuestra casa
el polvo guarda tus esquirlas
las plantas la forma de tu poda
los objetos tu gesto para arrojarse al vacío
las mañanas tu sorpresa
las noches tu contorno
y en el pasillo de nuestra casa
todavía corremos una atrás de la otra