El verano no terminó, aunque la lluvia de ayer, que hizo destrozos por toda la ciudad, lo ponga en pausa por un rato. Un intervalo de brisa fresca. Caminamos por las bicisendas de la ciudad, cuidadosamente planificadas para que anden los Glovos. Una película fina de humedad se nos pega a la piel, eso también es verano. Vemos la luna entre los jacarandás y nuestra sombra recortada en la pintura refractante dorada.

Muchas de las cosas que llamamos esta noche llegaron a nosotros, en distintas formas, bajo distintas figuras. En la vereda de Bacci nos armaron una mesa, en medio del quilombo de mesas que ya era cuando llegamos. Teoricé que a Bacci van muchos pinchas, pero sin saber bien por qué. Ahí apareció el Turco, que es pincha, y contó muchas cosas buenas que nos pusieron felices por él. Sonreí tanto y lo miré tan profundamente que en un momento me pareció un extraño. Me pareció lindo, de todos modos, sentir esas cosas por un extraño.

Desde hace un tiempo parece que venimos redondeando cuentas. Mientras esperábamos cuatro porciones de pizza y una de fainá, hicimos resúmenes aproximados de nuestras vidas so-far y tratamos de entender las trayectorias. A veces tengo la sensación de que estuve ausente de las decisiones que me trajeron hasta acá. Que recién ahora empiezo a elegir cosas. Lucas dijo que los viajes si son de a cinco o seis son superiores. Sobre la mesa planeamos un viaje y un dream team para el próximo verano. Los notificaremos en comunicaciones próximas. Antes de eso, Lucas se va a ir en su propio plan de evasión del invierno y yo voy a terminar algo que va a ser un re viaje.

Tenemos ciertos acuerdos sobre las permanencias. Yo le dije que le tengo pánico a las rutinas y a las burocracias y que una beca doctoral en esta ciudad se parece peligrosamente a eso. Él me entendió pero igual formulamos contraejemplos. Sabemos bien que la ciudad no está agotada aunque a veces la sintamos así. Son efectos del estar, a veces: del venir de otro lugar. Enumeramos las cosas que nos faltan para darnos cuenta de que también podemos no tener razón. Aprender trapecio, ser gimnasta, hablar ruso, tener un conjunto musical, que yo cante en una banda pop. El peso de los argumentos, en última instancia, lo decidimos nosotros. La pizza está tan gruesa que parece un pan relleno. Yo agrego que también me gustaría volverme a Concepción y hacer excavaciones arqueológicas. Sería la arqueóloga del pueblo, a mis abuelxs les encantaría. Es un mandato difícil de desarmar el de hacer felices a lxs abuelxs.

Lucas dice que se puede conocer de memoria una ciudad. Cualquier ciudad. Caminamos para bajar la pizza. Pasamos por la catedral y se acuerda de su tocayo Lucas que vivía en el primero B del edifico y decía que sabía llegar a un living exterior saltando un muro de por ahí afuera. Antes, cuando no estaban las rejas, ranchábamos por el parquizado. Ahora son recuerdos difusos, como sueños. Entonces, por ejemplo, una de mis primeras noches en la ciudad, salimos a patear con el Cristo, el primo de la Vero, mi primera concubina. Nos habíamos fumado un paragua que yo había comprado en Concepción con mis ahorros. Usaba una trincheta oxidada para picarlo sobre la mesita de pino que me habían comprado mis papás. A veces algunos paraguas, los que son húmedos y compactos, me recuerdan el olor de esos primeros churritos. Pegaban re piola. Con el Cristo compramos una Paso de los Toros, porque yo no tomaba alcohol, y la tomamos sentados en el umbral de una puerta altísima y majestuosa. Desde ahí se divisaba un parque y la calle desierta. Estaba oscuro y yo tenía la sensación de estar en la entrada de un castillo. Mucho tiempo después me cayó la ficha: habíamos terminado en una de las puertas de la catedral. En el momento no fue más que el flash de lo nuevo y la frescura del pomelo.

Las ciudades son así, se sobreescriben todo el tiempo. No sé si puedo conocer una ciudad de memoria, lo que sí hago es superponer capas. Recuerdos estratificados en una sedimentología que con los años va adquiriendo potencia. Por la diagonal nos cruzamos con Fran. Se baja de la bici y nos ponemos a charlar. Los Glovos nos pasan por al lado a toda velocidad. Nos agradecen la delicadeza de corrernos. A Fran, como al Turco, por estos días hace diez años que la conozco. Habla de su tesis doctoral y de un evento en el que mañana se van a colgar fanzines de los árboles de una plaza. De que capaz vaya a publicar algo pero que no tiene tiempo. Nos da agua, nos despedimos y se va. Nosotros seguimos.

Lucas dice algo de la ciudad pueblo y que ahora la venta de alcohol se extendió hasta las once. Histórico. Un grupo de adolescentes vestidos para salir viene cruzando la plaza. Uno tiene una Paso de los Toros en la mano. La miro con deseo. Pasamos por al lado del banco donde ranchamos la primera cita, que era una cita pero estaban mis amigos. Ese recuerdo es un estrato sobre esta plaza. Tomamos unas imperiales, hablamos de cosas, hablamos de viajes. A mí me dieron ganas de hacer pis y me metí al medio de la plaza, a mear el monumento. Vos te quedaste hablando con los pibes. Pensé si me creerías más una heroína por hacer eso. Después, cuando conté que tenía luna en leo, vos dijiste: confunde amor con atención, y ahí me cayeron unas cuantas fichas. Esos días me quedó resonando la frase y no me podía acordar a quién se la había oído. Te lo tuve que preguntar. Ese recuerdo es un estrato sobre esta plaza al que tengo acceso ilimitado.

En eso pienso, y en la película de humedad que tengo sobre la piel, cuando Lucas me dice:

-Cóme gusta la mezcla de olor a perfume con escabio.


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