auf achse


Te entierro más profundo cada día entre las hojas de un cuaderno que llevo adonde vaya. Casi podría olvidarme de la billetera llena de papelitos o del broncodilatador de rescate, pero no del cuaderno. Tengo estas crisis, ¿ves?, son como el asma. Tengo estas crisis en las que no se cierra el pecho, sino que se derrumba el espíritu. En esos momentos abro la mochila y luego el cuaderno, y la punta de grafito blando se vuelve puente entre mi asma y tu funeral. Y vaya si lo es, que hace tantas mañanas que no despierto agitada y sin aliento.

Mientras tanto el cuaderno crece y como un perro lobo bien sabe volverse sobre mí. Ambos hemos aprendido que si muerde o se porta mal no habrá más palabras tristes (las que le gustan a él), que si escudriño sus babas en busca de restos la afrenta es inevitable (por eso ya no vuelvo las páginas).

Estoy segura de que en algún momento se acabarán las hojas, cerraré el cuaderno y lo abandonaré en un estante de la biblioteca de pino o en una caja con papeles viejos que empolvan. O lo enterraré así, siniestro, en una cápsula del tiempo en el fondo del jardín, junto con otros objetos absurdos como chapitas de latas de cerveza o postales robadas del interior de libros viejos. Mucho tiempo después podré sacarlo de dondequiera que esté y que mi puño y letra parezcan los de alguien más. Quizá entonces ya no renazcas de entre las líneas partidas y la reminiscencia de tus formas no me conmueva más que hacia la ternura condescendiente, y esta melancolía que me impele a cavar para vos la fosa más profunda sea tan ilusoria como los inviernos pasados.

La plaza España reverdece de nuevo bajo el gris de la lluvia. La tierra parece blanda y aireada, el árbol frente a tu ventana será inexorablemente frondoso.

Cuando el sol todavía brilla no me da miedo salir y encontrarte, pero en cuanto se oculta te siento al acecho como si fueras el mismísimo perro lobo del cuaderno, adentro y lejos, afuera y cerca, más infinito que múltiple, con una potencialidad húmeda y palpable. En cuanto cae el sol tus proximidades se afilan y relucen ante las brasas que aún arden en la sucesión de pasos que separan tu casa de la mía. Caminamos sobre brasas cada noche, la ausencia no es menos punzante por ser tibia.

Mi cama es un colchón duro y sin forma en el que dormimos mucho tiempo. Es también un campo de batalla más donde forcejeás por quedarte un rato, donde la tibieza se hace carne y es abrazo en la distancia onírica. Ya despierta me siento perder la alegría con el correr de las horas, como se pierde la somnolencia. A mí me alivia saber que aún puedo levantarme plena. Que así y todo hay algo en mí que descansa por las noches.

Una vez dormimos juntos y soñamos lo mismo. Vos nunca recordás tus sueños, pero yo abracé esa certeza como al amor mismo.

Abracé casi todo como al amor mismo, qué torpeza. Que perdures en mí es un enigma que no puedo desentrañar.

Dormir con las cabezas pegadas y que los sueños se mezclen como una telaraña.

Amar con tanta avidez que pueda enfermarnos.

Esta es mi prueba de fuego.

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