de umbrales


            Es loco eso de los ciclos, piensa la perra de Cronos. Hoy, que se encuentra igual que otros días, le parece terriblemente claro. En realidad se siente como si una efigie suya estuviera dándose duro contra el mundo, cortando pedazos de realidad sólo para ver por dónde van dejando la marquita en el molde. En palabras más tiernas (porque no le sirven las claras, ni las sencillas, ni las pretenciosas), se sigue viendo como la niñita que desde la calesita intenta arrebatarle la sortija a la doña vuelta tras vuelta, un trazo de grafito que va trepando y trepando año a año por la pared del comedor, un metro treinta y dos, un metro cuarenta y siete, un metro sesenta y tres. Y entonces la ternura es el refugio -eterno refugio, se dice- de las almas heridas de muerte, hastiadas de sí mismas, de los contornos, de los mismos umbrales, esas que ya no se acuerdan si sentir amor era el rocío del amanecer o un violín quebrando el rocío.

            Acurrucándose un poco más sobre sí misma, deja que su mente se enrosque nomás y juega a uno de sus juegos favoritos. Saca del bolsillo del abrigo largo una baraja vieja, mezcla, corta, ríe y reparte, sólo para ella reparte. Los naipes son las cáscaras de algo que juzga como real, precursores de enunciados seudo-objetivos sobre lo que ella vive y percibe como genuino; los naipes no tienen mucho que ver unos con otros en ese plano, pero entonces, casi como un dios oculto, crea otros planos nuevos, solitarios interminables, en los que las cartas se atan y se unen con tiritas de muchos colores, se nutren unas a otras de explicaciones y de motivos de ser y de dejar de ser, se llenan de quizás y a lo mejor, se configuran y reconfiguran en intrincadas interpretaciones de lo empírico (pero lo empírico qué es, sino...).

            La perra de Cronos plasma así una serie de hechos crudamente presentados, desordenados, caóticos; percibe también su deseo, ese plano que fuerza moñitos bonitos entre los naipes para ponerlos de la manera que la hace feliz a ella, afortunadamente consciente; percibe un potencial análisis, muy poco optimista y que le duele un poquito en el fondo: en realidad ella es un umbral lleno de eso que los años quitan y borronean, unos minutos a la sombra, un mate y sigo camino.

            Y aquello de la ternura, y retrocede por las ramas, venía a que los amaneceres la socavan por completo: no hay nada más cruel que amanecer sola, y entonces la perra de Cronos agacha la cabeza y se mira las manos, puede asumir el peso de un día más sobre sí, hoy que se siente un umbral sucio, retraído y lleno de mañas, un umbral que resguarda a los más viles seductores del alba y niega cobijo a los seres más dulces -para no corromperlos, se repite una y otra vez, y sonríe un poquito. No es crueldad, hermano, es sólo que esta pobre niñita sabe lo que le gusta: ser la sumisión al absurdo, la perra maltrecha que recibe de buen grado los sopapos, algo así como ese pedacito de no-sé-qué, que aun teniendo la muerte ante las narices espera ver un movimiento imperceptible, sutil, entre las cenizas. Eso le gusta ser.

            (Percibo otro potencial análisis, masculla la perra entre dientes, en el que gana el abandono a la circunstancia, y ahí vos serías otro de los seres que se recuestan en este umbral, buscando sosiego con palabras tiernas y caricias huecas, tan inocuos y puros en sus formas, pero siempre relamiéndose el cuero, relamiéndose las cicatrices viejas de ese cuero duro y curtido.)

Comentarios